jueves, 4 de junio de 2009

Reclamando nuestra libertad para aprender - Por Gustavo Esteva

Una escuela primaria en la villa Zapatista de Oventic, en el estado sureño de Chiapas, México. Foto por Aaron Cain.
Una escuela primaria en la villa Zapatista de Oventic, en el estado sureño de Chiapas, México. Foto por Aaron Cain.

Años atrás comenzamos a observar en pueblos y barrios, particularmente entre pueblos indígenas, una reacción radical contra la educación y las escuelas. Unos pocos cerraron sus escuelas y expulsaron a sus maestros. La mayoría evitaron este tipo de confrontación política y empezaron en cambio a pasar por alto a la escuela, mientras reclamaban y regeneraban las condiciones en la cual la gente tradicionalmente había aprendido a su propio estilo.

La gente de los pueblos sabe muy bien que las escuelas impiden a sus hijos aprender lo que ellos necesitan saber para continuar viviendo en sus comunidades, contribuyendo al bien común, al de la tierra y al de sus lugares. Y la escuela no los prepara para la vida o el trabajo fuera de la comunidad. En muchas comunidades en Oaxaca y Chiapas, México, los padres ya no delegan en la escuela el aprendizaje de sus hijos.

Ellos saben por experiencia lo que usualmente sucede a los que abandonan sus comunidades para lograr una “educación superior.” Se pierden en las ciudades, en trabajos degradantes. Un reciente estudio oficial halló que sólo el ocho por ciento de los graduados de las universidades mexicanas serán capaces de trabajar en el campo en el cual se graduaron. Los abogados e ingenieros están manejando taxis o montando puestos. A pesar de saber esto, la gente todavía mantiene la ilusión de que la educación superior les ofrece algo a sus hijos. No se sienten cómodos negándoles una “oportunidad” tal.

La vida sin maestros

Una vez realizamos un experimento de reflexión en el cual tomamos una sugerencia del autor John McKnight, imaginando un mundo sin dentistas, y lo aplicamos a la profesión de la enseñanza. Durante algunos minutos varias descripciones apocalípticas circularon por nuestra mesa mientras imaginábamos un mundo sin maestros ni enseñanza. Pero luego algo radicalmente diferente comenzó a infiltrarse en nuestra conversación. Imaginamos una miríada de formas en las cuales la gente misma pudiera crear un tipo diferente de vida.

Una de las conclusiones más importantes de nuestra conversación fue el reconocimiento explícito de que aprendemos mejor cuando nadie nos está enseñando. Podemos observar estoy en cada bebé y en nuestra propia experiencia. Nuestras competencias vitales provienen de aprender haciendo, sin ningún tipo de enseñanza.

Apprenticeships enseñan habilidades tradicionales en Unitierra. Foto www.berkana.org
Apprenticeships enseñan habilidades tradicionales en Unitierra. Foto www.berkana.org
Luego del ejercicio, una pregunta muy práctica llegó a la mesa. Hemos aprendido, con los Zapatistas, que mientras cambiar el mundo es muy difícil, tal vez imposible, sí es posible crear un mundo completamente nuevo. Eso es exactamente lo que los Zapatistas están haciendo en el sur de México. ¿Cómo podemos crear nuestro propio mundo, a nuestra propia pequeña escala humana, en nuestro rinconcito de Oaxaca? ¿Cómo podemos des-escolarizar nuestras vidas y las de nuestros hijos e hijas, en este mundo real, donde la escuela todavía domina a mentes, corazones e instituciones?

El aprendizaje fomenta las habilidades tradicionales en Unitierra

La lección más dramática que deducimos del ejercicio fue descubrir lo que realmente nos estábamos perdiendo en el entorno urbano: las condiciones para el aprendizaje. Cuando todos nosotros exigimos educación e instituciones en las cuales nuestros hijos y jóvenes puedan permanecer y aprender, cerramos los ojos al trágico desierto social en el cual vivimos. No tienen acceso a oportunidades reales de aprender en libertad. En muchos casos, ya no pueden aprender con sus madres, padres, tíos, tías, abuelas y abuelos —nada más hablarles, escuchar sus historias u observarlos en sus ocupaciones diarias. Todo el mundo está ocupado, yendo de un lugar a otro. Ya nadie parece tener la paciencia para compartir con la nueva generación la sabiduría acumulada en una cultura. En vez de educación, lo que en realidad necesitamos son condiciones para una vida decente, una comunidad.

Nuestro desafío, entonces, es encontrar maneras de regenerar la comunidad en la ciudad, para crear un tejido social en el cual todos nosotros, en cualquier edad, podamos ser capaces de aprender y en la cual pueda florecer cualquier tipo de aprendizaje. Al hacer esta investigación radical, nos sorprendimos a nosotros mismos, cada día, cuando descubríamos cuán fácil puede ser crear alternativas y cuánta gente está interesada en la aventura.

Hemos aprendido, con los Zapatistas, que mientras cambiar el mundo es muy difícil, tal vez imposible, sí es posible crear un mundo completamente nuevo.

Así que creamos nuestra universidad, Unitierra. Hombres jóvenes y mujeres sin ningún diploma, y mejor aún sin escolarización, pueden venir a nosotros. Ellos aprenden cualquier cosa que deseen aprender—oficios prácticos, como agricultura urbana, producción de video, o investigación social, o campos de estudio tales como filosofía o comunicación. Aprenden las competencias del oficio o campo de estudio como aprendizajes de alguien que practica tales actividades. También aprenden cómo aprender con herramientas modernas y prácticas no disponibles en sus comunidades.

Tan pronto como los jóvenes llegan a Unitierra, comienzan a trabajar como aprendices. Descubren que necesitan habilidades específicas para hacer lo que quieren hacer. La mayor parte del tiempo, logran esas competencias practicando el oficio, con o sin sus mentores. Pueden elegir atender a talleres específicos, para abreviar el tiempo necesario para lograr esas competencias.

Una sala de enseñanza en Unitierra. Foto de www.berkana.org
Una sala de enseñanza en Unitierra. Foto de www.berkana.org
Nuestros “estudiantes” han estado aprendiendo más rápido de lo que esperábamos. Luego de unos pocos meses usualmente son llamados para regresar al presente cotidiano de sus comunidades para hacer allí lo que han aprendido. Parecen ser muy útiles allí. Algunos de ellos están combinando diferentes líneas de aprendizaje en una forma creativa. Uno de ellos, por ejemplo, combinó la agricultura orgánica y la regeneración de suelos (su interés original), con la arquitectura local. El no está ofreciendo servicios profesionales que le permitan moverse hacia un estándar de vida de clase media vendiendo sus servicios y artículos. Está aprendiendo a compartir, como los campesinos, lo que significa ser un miembro apreciado de su comunidad y de su pueblo, como ha sido hecho desde tiempos inmemoriales—antes de la ruptura moderna.

Disciplina y libertad

En Unitierra no estamos produciendo profesionales. Hemos creado un lugar de convivencia, donde todos disfrutamos mientras aprendemos juntos. Al mismo tiempo, tanto los “estudiantes” como sus comunidades pronto descubren que una permanencia en Unitierra no son vacaciones. Es cierto, los estudiantes no tiene clases o proyectos. De hecho, no poseen ningún tipo de obligación formal. No hay actividades obligatorias. Pero tienen disciplina, y rigor, y compromiso—con su grupo (otros “estudiantes”), con nosotros (participando en todo tipo de actividades para Unitierra), y con sus comunidades.

Nuestros “estudiantes” no pertenecen a comunidades. Ellos son sus comunidades. Por supuesto, pueden disfrutar y tienen largas noches de pachanga y muchas fiestas. Pero tienen una responsabilidad hacia sus comunidades, es decir, hacia sí mismos. Y esperanza. Por eso es que pueden tener disciplina, y rigor, y compromiso.

Nuestros “estudiantes” tienen la estructura interna y social que es condición fundamental para la verdadera libertad. Si no las posees, si eres un átomo individual dentro de una masa colectiva, necesitas a alguien a cargo de la organización. Los trabajadores de un sindicato, los miembros de un partido político o de la iglesia, los ciudadanos de una nación—todos ellos necesitan organizadores y fuerzas externas para mantenerlos juntos. En nombre de la seguridad y el orden, ellos sacrifican la libertad. La gente real, nudos en redes de relaciones, pueden permanecer juntos por sí mismos, en libertad.

“El verdadero aprendizaje,” dijo una vez Iván Illich, “sólo puede ser la práctica pausada de la gente libre.” En la sociedad de consumo, también dijo, somos tan solo prisioneros de la adicción o prisioneros de la envidia. Tan sólo sin adicción ni envidia, sólo sin objetivos educativos, en libertad, podemos disfrutar el verdadero aprendizaje.

En Unitierra hemos estado siguiendo fructíferamente una sugerencia de Paul Goodman, un amigo de Ivan Illich, y su fuente de inspiración. Goodman dijo una vez: “Supón que has logrado la revolución de la cual estás hablando o soñando. Supón que tu lado ganó, y que tienes el tipo de sociedad que querías. ¿Cómo vivirías, tú personalmente, en esa sociedad? ¡Comienza a vivir así, ahora! Lo que fuera que harías entonces, hazlo ahora. Cuando te enfrentas a obstáculos, gente, o cosas que no te dejen vivir de esa manera, entonces comienza a pensar cómo pasar por encima o al lado o por debajo del obstáculo, o cómo empujarlo fuera del camino, y tus políticas serán concretas y prácticas.”

Llamamos a Unitierra una universidad para reírnos del sistema oficial y para jugar con sus símbolos. Luego de uno o dos años de aprendizaje, una vez que sus colegas piensan que ya tienen suficiente competencia en su oficio específico, les damos a los “estudiantes” un magnífico diploma universitario. Así les estamos ofreciendo el reconocimiento social que el sistema educativo les niega. En vez de certificar el número de horas-burro, como hacen los diplomas convencionales, certificamos una competencia específica, inmediatamente apreciada por las comunidades, y protegemos a nuestros “estudiantes” contra la discriminación usual. La mayoría de nuestros graduados nos están sorprendiendo, sin embargo, al no solicitar ningún diploma. Ellos no sienten que lo necesitan.

También estamos celebrando nuestra sabiduría y a nuestros ancianos con símbolos modernos. Así ofrecemos diplomas de Unitierra a gente que tal vez nunca asistió a una escuela o universidad. Su competencia es certificada por sus colegas y la comunidad. La idea, otra vez, es utilizar a nuestra propia manera, con mucha alegría y humor, todos los símbolos de dominación. O más bien, como dice Illich, explotar para nuestros propios fines lo que el estado o el mercado producen.

Nuestros diplomas no tienen ningún uso para aquellos que desean exhibirse o pedir un puesto de trabajo o cualquier privilegio. Son una expresión de la autonomía de la gente. Como un símbolo, representan el compromiso de nuestros “estudiantes” hacia sus propias comunidades, no un derecho para demandar algo. No obstante, 100 por ciento de nuestros “graduados” están haciendo un trabajo productivo en el área que estudiaron.

Pero jugar con los símbolos del sistema no sólo es una expresión de humor. También es un tipo de protección. Lo que estamos haciendo es altamente subversivo. En un sentido, estamos subvirtiendo todas las instituciones de la sociedad económica moderna. Al empaquetar nuestras actividades como una de las vacas más sagradas de la modernidad—la educación—estamos protegiendo nuestra libertad de los ataques del sistema.

En mi lugar, cada Yo es un Nosotros. Y así vivimos juntos, en nuestro presente cotidiano, enraizados en un nuestro suelo social y cultura, alimentando las esperanzas en un tiempo en el que todos nosotros, inspirados por los Zapatistas, estamos creando un mundo enteramente nuevo.


Gustavo Esteva escribió este artículo para una serie sobre Libera tu espacio, en la edición de invierno 2008 de YES! Magazine. Gustavo es un activista de base e intelectual desprofesionalizado. Autor de varios libros y ensayos, fue consejero de los Zapatistas y miembro de varias organizaciones y redes independientes, mexicanas e internacionales; reside en una villa indígena en Oaxaca, al sur de México.

Traducción por Guillermo Wendorff.


No hay comentarios:

Publicar un comentario