jueves, 30 de abril de 2009

Por el rescate de la Utopía



POLIS Revista de la Universidad Bolivariana, Volumen 5 Nº16 2007

Autor: Henrique Rattner*

Resumen: La globalización que barre el planeta ha resultado en una serie de paradojas e incertidumbres para las personas. Aunque haya impulsado poderosamente la producción de bienes y servicios y del comercio internacional, su expansión para todos los bordes del mundo deterioró el estado del medio ambiente y destruyó las comunidades tradicionales rurales e indígenas. La desestabilización de los lazos de cooperación y de solidaridad tradicionales dejó a millones de seres humanos aislados y, sin perspectiva de romper el "círculo vicioso" de pobreza, ignorancia y violencia. Sartre nos enseñó que los hombres nacen para ser libres, pero libertad significa también responsabilidad. Actuando y pensando sobre la realidad, los hombres la transforman y se transforman a sí mismos, encontrando el sentido para sus vidas, en conjunto, mediante una cultura de cooperación y solidaridad.

Palabras clave: Utopía, globalización, identidad, ética, solidaridad

* * *

"En el fondo de cada utopía, no hay solo un sueño, hay también una protesta"

(Oswald de Andrade – a marcha das utopias)

En el mundo de la incertidumbre

La incertidumbre y la perplejidad que afligen a la mayoría de la población acosada por los problemas de la sobrevivencia y la urgencia que exigen respuestas a los desafíos existenciales constituyen un estímulo para pensar críticamente nuestra realidad controvertida y contradictoria. Para algunos sería el fin de la Historia, mientras que para otros, es el inicio de una nueva fase en la evolución de la humanidad. Incertidumbre, inestabilidad y contradicciones aparentemente insolubles llevan a los individuos a perder la confianza en sí mismos, en los otros y en el gobierno de la sociedad. "Todo lo que es sólido, se desvanece en el aire" ya decía Marx, hace 150 años. La destrucción continúa desde entonces, a un ritmo e intensidad acelerados, debido a la competencia salvaje, al individualismo irracional de la acumulación capitalista y al "darwinismo social" practicado por las élites dominantes, configurando una situación de caos.

¿Dónde encontrar las respuestas a las dudas existenciales, a las interrogantes cruciales de cada individuo pensante? -¿quiénes somos? ¿de dónde venimos? y ¿adónde vamos? Sartre enseñó que los seres humanos nacen para ser libres. Pero, libertad implica también responsabilidad. Somos responsables por lo que hacemos o dejamos de hacer. Actuando y pensando sobre nuestra realidad, transformamos a esa realidad y a nosotros mismos, encontrando sentido para nuestras vidas. Sin una orientación que guíe nuestras acciones, la vida en un mundo de incertidumbre se torna una pesadilla, llena de paradojas y violencia, sobretodo para la juventud angustiada y aparentemente incapaz de descifrar enigmas para los cuales la ciencia ni la religión ofrecen respuestas satisfactorias. La vida nos enseña que elaboramos nuestros valores y, con base en éstos, en convivencia y cooperación, con los otros, encontramos los diferentes sentidos de la vida. No existe satisfacción mayor para el individuo que cuando se siente aceptado y valorizado, haciendo parte de un todo mayor.

Sobre las premisas del discurso

La premisa central de nuestro discurso postula, contra cualquier determinismo, que toda la realidad es una construcción social y, como tal, puede ser desconstruida y reconstruida. Postulamos que el sentido de nuestra vida sea el producto del pensamiento y de la acción, e inferimos que toda nuestra realidad es una construcción social. Como corolario de este raciocinio podemos afirmar que los seres humanos hacen su Historia, aunque no la hagan con todos los grados de libertad. Heredamos de las generaciones que nos antecedieron determinadas estructuras y posiciones condicionantes que limitan y estrechan los radios de nuestras opciones. Por eso, el conocimiento de la Historia, que no sigue un curso lineal y previsible como lo pretende el pensamiento positivista, es fundamental para la acción liberadora, capaz de ampliar nuestros grados de libertad. Son también diferentes las visiones e interpretaciones de lo que acontece en la Historia (ver Gordon Child - What Happened in History), lo que nos permite contestar todo tipo de determinismo económico, ecológico, demográfico o cultural -frecuentemente invocados para justificar la acomodación al statu quo. La valorización del ser humano como actor social capaz de construir su destino como sujeto del proceso histórico nos permite rechazar las visiones fatalistas o maniqueístas de la Historia. En vez de análisis e interpretaciones cartesianas de los fenómenos políticos y culturales, adoptamos la metodología sistémica e interdisciplinaria. Sin minimizar la especificidad de cada caso, procuramos, entenderlo en su inserción y conexión con su contexto. "El todo es diferente de la suma de las partes". Por consiguiente, la realidad no puede ser explicada a partir de la simple suma de hechos y procesos individualizados, lo que nos llevaría a perder de vista el bosque de tanto mirar los árboles. Cambiando las incertidumbres que dominan el escenario del mundo actual, en todas las esferas del conocimiento científico, en las políticas económicas y sociales y las posibles y probables acciones bélicas y sus consecuencias, nuestros análisis y eventuales propuestas estarán basados más en probabilidades que en certezas que caracterizan el pensamiento autoritario y lineal. Esta postura tiene profundas implicaciones para el sistema de valores y las relaciones medios-fines. El sentido común postula que los fines justifican los medios, pero no esclarece sobre la legitimidad de los fines.

Los dramáticos impactos del desarrollo desigual, aumentando el foso entre ricos y pobres, ayudaron a instalar la reivindicación central de nuestro tiempo -los derechos humanos- no como uma visión utópica e idealista, sino como la condición básica para la sobrevivencia de la sociedad y la sustentabilidad de sus instituciones. Ese es el núcleo de una ética universal que transcienda todos los otros sistemas de creencias y valores, como síntesis de la conciencia humana, sabedora de la preciosidad de todas las formas de vida y de la necesidad de cooperación, solidaridad e interdependencia. Esa ética es fundamentada en valores de alcance universal -la conquista del bienestar y de la felicidad, mediante la libertad (en el sentido preconizado por Amartya Sem). Él se refiere a un deber, una visión del futuro de la humanidad que han inspirado los pensadores libertarios, desde Tomas Moro a los socialistas utópicos -Fourier, Saint Simon y R. Owen- hasta los defensores del socialismo científico, basado en el materialismo dialéctico.

¿El derrumbe de la ex-URSS habría eliminado la utopía del pensamiento y de las aspiraciones contemporáneas? Vivimos una época de conflictos políticos y militares, de dimensiones y consecuencias imprevisibles, incluso la amenaza concreta de la pérdida de las conquistas de los últimos tres siglos, de la democracia y de los derechos humanos, significando un retroceso a la barbarie. Lo mismo si fuera éste el desenlace -totalmente irracional y contrario a la ética- de la actual crisis, no debemos ni podemos desarmarnos en tiempos de estupidez. La evolución de la humanidad sigue por caminos tortuosos y contradictorios. Después de tres siglos de ideas iluministas y de luchas por la libertad, la democracia y los derechos humanos, la desigualdad y las injusticias precisan ser denunciadas y combatidas, ¡porque solo, el mundo no va a mejorar!

Moral y ética - Historia y utopía

Según el diccionario de filosofía, la ética es la ciencia que tiene como objeto los juicios de valor que distinguen entre el bien y el mal. Históricamente, moral y ética son tratados como sinónimos pero, en la filosofía alemana desde Kant -en el siglo del Iluminismo- la ética es considerada superior a la moral. La moral es históricamente datada y sus normas y sanciones cambian de acuerdo con la evolución y las transformaciones de la sociedad, reflejando siempre la visión de mundo y los intereses de las élites. Elocuentes son al respecto las manifestaciones de los señores esclavócratas, de los capitalistas y tecnócratas, cuyo discurso y práctica supuestamente racionales e ideológicamente neutrales, justificarían la pobreza y la desigualdad. Teorías científicas cuando no doctrinas religiosas son invocadas ("la selección natural de los más aptos", o "las leyes del mercado") para determinar el código de conducta moral de los individuos y las sanciones positivas o negativas atingentes a su cumplimiento o transgresiones.

La ética postula un código de conducta para el grupo o para la comunidad de individuos que exige un comportamiento basado en valores. Para Hegel la moral sería el dominio de las intenciones subjetivas, mientras que la ética sería el reino de la moralidad absoluta. La moral de una sociedad procura asegurar su cohesión y solidaridad (mecánica, según E. Durkheim) amparadas por un conjunto de sanciones y la fuerza de coerción del Estado. La ética está fundamentada en valores de alcance universal -la conquista de la felicidad y del bienestar por medio de la libertad. Sus manifestaciones concretas son la cooperación y la solidaridad (orgánica, siempre según Durkheim) en una organización social pluralista y de democracia participativa. La ética se refiere a un deber, una visión del futuro de la humanidad que se considera realizable. Es el proyecto de futuro -la utopía- que ha inspirado a los pensadores libertarios en todas las épocas. Por todos los rincones del planeta verificamos la reafirmación de la utopía, del pluralismo universal y democrático. ¿Quiénes son sus portavoces? No son los héroes individuales (los "líderes"), ni una clase mesiánica (el proletariado), sino todos los individuos que pretenden actuar como sujetos del proceso histórico, creando comunidades de ciudadanos activos, fuentes de libertad que transforman la Historia. Son esos sujetos colectivos que aceptan y practican el pluralismo democrático como forma de "vida buena", en oposición a otras formas actuales y pasadas.

Por lo tanto, la utopía no es un tiempo "a priori" de la evolución o de la Historia. Sus protagonistas no pretenden el "descubrimiento" de nuevos tiempos, sino que nos presentan una simple propuesta creativa de un deber humano deseable y realizable por la acción colectiva. Ella no es ficción, romance o aventura individual, sino una visión de futuro construida por medio de un discurso en que se confrontan los valores por sus impactos reales y probables en la existencia humana. Ella surge como una amalgama y recreación de valores cultivados en todos los tiempos y que se combinan con las nuevas creaciones llevando a una síntesis imaginaria, con contribuciones de la filosofía, de los cientistas sociales, de la ética y de la política, a la luz de las experiencias y prácticas acumuladas. La ética sería, entonces, la disciplina y la práctica de la virtud, del dominio de la racionalidad substantiva (Max Weber) y cuyo fin es la felicidad y el bienestar, la integración entre los seres humanos, la naturaleza y el cosmos.

Según los filósofos de la Antigüedad, la utopía ética sería alcanzada por el comportamiento virtuoso, en conformidad con la naturaleza de los actores sociales y de los fines buscados por ellos. Postularon que el ser humano sería, por naturaleza, un ser racional y, por lo tanto, la virtud o el comportamiento ético sería aquel en el cual la razón comanda las pasiones. Cada ser humano, bajo la inspiración de la razón, realizaría la buena finalidad ética determinada por su lugar en el orden del mundo social, político y natural. Esas virtudes serían efectos de una potencialidad de la naturaleza humana, a partir de que la razón gobierne las pasiones y oriente la voluntad, puesto que sólo el ignorante es pasional y vicioso.

La insustentabilidad del mundo actual

En retrospectiva histórica, la sociedad parece alejarse cada vez más de la racionalidad y de la virtud del comportamiento ético. Tanto la burguesía cuanto el proletariado, al conquistar el poder, adhirieron al ethos y adoptaron los objetivos del progreso vía acumulación material y crecimiento económico, ambos insustentables. En la sociedad capitalista, el crecimiento económico se tornó estéril por no generar más empleos, al menos para compensar la eliminación de los puestos de trabajo como consecuencia de las innovaciones tecnológicas y de la reducción de las inversiones. El sistema es implacable en su dinámica: los beneficios son apropiados por los ricos y poderosos, en tanto que para los pobres, en la mejor de las hipótesis, les son proporcionados beneficios filantrópicos paternalistas.

Debido a la concentración del capital y del poder, las relaciones sociales continúan siendo autoritarias, impidiendo voz y oportunidad a las poblaciones carenciadas. En muchos lugares ocurre un retroceso en términos de derechos de ciudadanía y de extensión de los derechos humanos a todos. Los efectos sociales y culturales del sistema son desestructuradores: la carrera por acumulación y competitividad sofoca los valores de cooperación y solidaridad y reprime las manifestaciones de identidad cultural. Finalmente, el sistema es auto-destructivo en su dinámica: su avance está basado en la depredación del medio ambiente, lo cual mina la propia existencia y sobrevivencia de la población, ignorando o despreciando los derechos de las generaciones futuras. La legislación ambiental surge como defensa tardía e incompleta frente al volumen y la gravedad de los daños que amenazan la seguridad y la sustentabilidad ecológica del planeta y de sus habitantes.

Se percibe por lo tanto el agotamiento del paradigma de desarrollo capitalista, cuya naturaleza centralizadora y autoritaria inviabiliza la evolución pacífica para una convivencia democrática y solidaria. Por eso, negamos la legitimidad de objetivos y prioridades economicistas, impuestos por la lógica y la moral de la globalización económico-financiera. Nos manifestamos por la construcción de una perspectiva social, democrática y sustentable que promueva la libertad y la dignidad humana. En fin, un proyecto de futuro, ¡la utopía de la transformación ética y cultural de la humanidad como un todo!

La utopía en marcha

El escenario emergente al final del siglo veinte creó desafíos económicos, sociales y políticos, para los cuales la socialdemocracia, ahora transformada en Tercera Vía, no estaba preparada y capacitada para responder. Con la profunda recesión que se abatió sobre la economía norteamericana, cuyos efectos se propagaron como en círculos concéntricos a través del sistema mundial, innumerables países "emergentes" prácticamente se fueron a pique por sus deudas y contradicciones sociales internas. El colapso de Argentina en 2001 mostró que el sistema financiero internacional estaba en los límites para poder "salvar" economías quebradas, endeudadas y corruptas (México, Tailandia, Indonesia, Rusia, Brasil, Turquía, Ecuador, Filipinas y otras). Pero, al caos económico sigue inevitablemente el social y político, tesis profusamente demostrada por las manifestaciones de masas de sublevados, ciudadanos empobrecidos y marginalizados.

Del otro lado de la "cortina de hierro", el derrocamiento del sistema stalinista en la ex-URSS y en los países satélites resultó de inmediato en un deterioro violento de las condiciones de vida de la mayoría de las poblaciones, repentinamente expuestas a las turbulencias del mercado, sin la protección paternalista (educación, salud, habitación, empleo) del Estado. En la década de los noventa, cuarenta países estaban siendo dirigidos por gobiernos socialdemócratas o por alianzas dominadas por la "izquierda". Con todo se revelaron impotentes para inducir cambios sociales y económicos frente a la presión avasalladora de la globalización económica y militar, y debido a los compromisos asumidos con los representantes del capital nacional e internacional.

Los liderazgos políticos de los partidos socialdemócratas, inclusive el PSDB en el Brasil, quedaron presos en la trampa que ellos mismos construyeron. Habiendo predicado y defendido durante años que no habría futuro fuera del sistema neoliberal, asumieron plenamente la responsabilidad por las políticas económicas, financieras y laborales en curso, y contribuyeron al agravamiento de la marginalización y exclusión de millones de personas víctimas del aumento de la "deuda social", mientras que en los asuntos de política externa adherían a la doctrina de la globalización "inevitable", aliándose incondicionalmente a la superpotencia hegemónica.

No abogamos contra la integración regional e internacional, sino que rechazamos su imposición "por encima" que tiende a agravar la asimetría social y la división de la humanidad entre una minoría rica y poderosa, y la masa de los desprivilegiados y excluidos. No estamos en contra de la integración y la aproximación de los pueblos, aunque si ellas deben procesarse democráticamente, de modo gradual y selectivo.

La distinción entre la globalización y la universalización no es simplemente conceptual. La embestida de la primera contra las barreras al libre comercio es brutal, bajo el comando de las corporaciones transnacionales. La universalización impulsada por las ONGs, los movimientos sociales, algunos sindicatos y partidos, promueve una integración de los pueblos, de sus economías y culturas, de forma lenta, gradual y selectiva. Los agentes de la globalización, en su búsqueda de maximización del retorno sobre las inversiones, presionan por escalas de producción y el nivelamiento de los patrones de consumo, mientras que los actores de la universalización defienden el pluralismo y la diversidad de estilos de vida. La globalización adopta patrones de organización, tanto en el sector privado, como en el público, rígidos, de centralización autoritaria, en oposición a los principios de democracia participativa, de transparencia y de responsabilidad ciudadana de la universalización. En la primera, los seres humanos están siendo alienados y transformados en meros objetos de decisiones tomadas según la racionalidad funcional de "medio-fin"; por el contrario, en la segunda, cada ser humano se torna sujeto activo y autónomo del proceso, orientado por valores substantivos anclados en la Carta de los Derechos Humanos.

Los agentes de la globalización están dominados por el frío cálculo económico, insensibles a los efectos desastrosos en el tejido social. La universalización enfatiza los aspectos éticos del comportamiento individual y colectivo y no genera desempleados, desamparados, hambrientos, dolientes, en fin, excluídos. En suma, la globalización configura un proceso de integración "por encima", a contramano de la Historia, en tanto que la universalización "desde abajo hacia arriba", apunta hacia un futuro más digno, justo y seguro para la humanidad.

La utopía socialista en el siglo XXI

El fin del siglo XX vio desmoronarse las utopías revolucionarias y, al mismo tiempo, el fracaso de la ideología desarrollista. La mayoría de la población mundial, viviendo en los países del Tercer Mundo, pasó por la amarga experiencia de rechazo y desencanto de las promesas de la ideología dominante secularizada. Perdió sus frágiles esperanzas, y con ellas, la visión de un futuro más justo y una vida más digna. La brutalidad de las políticas reales del sistema capitalista, despreciando y reduciendo los valores humanistas a conceptos de mercado y de transacciones comerciales, acabó provocando las reacciones de indignación y revuelta, en busca de la utopía perdida.

La promesa de una era de progreso y justicia para todos, lanzada con el advenimiento de la Revolución Francesa de 1789 y nuevamente, después de la II Guerra Mundial, fue desmentida por un proceso de desarrollo desigual que dejó al mundo de las ex-colonias cada vez más atrás. Los impactos de la modernidad en las sociedades tradicionales causaron la ruptura de su tejido social y la consecuente pérdida de identidad y de las raíces culturales de sus poblaciones, además de la desorganización del sistema económico. La destrucción y el caos causados por el avance impetuoso de la llamada modernidad, crearon el caldo de cultivo fértil para el renacimiento del fanatismo fundamentalista, de la xenofobia e intolerancia, y de la propensión a la "guerra santa" contra los "infieles". En verdad, la crisis de identidad es general en todas las sociedades, a medida que la exclusión, a inseguridad y la incertidumbre respecto al futuro se tornen el destino común de la mayoría de la humanidad.

Las experiencias fracasadas de la ex-URSS, y también, de la social-democracia, inclusive de la mortinata Tercera Vía, lejos de señalar el "fin del socialismo", encierran lecciones valiosas para los movimientos sociales emancipatorios del siglo XXI. El Estado de bienestar fue capaz de reducir transitoriamente el desempleo y disminuir la pobreza en los países más desarrollados. Pero, políticamente, llevó a la cooptación de las élites de los trabajadores y su adhesión al discurso y a las prácticas de flexibilización de las relaciones de trabajo, con la consecuente polarización de la sociedad y la marginalización de los más pobres. Una sociedad dividida en clases no puede construir un sistema socialista democrático y justo, ya sea por medio de un Estado autoritario, o por el mecanismo de la "mano invisible" del mercado.

Las políticas neoliberales y sus desastrosas consecuencias en términos del deterioro de la calidad de vida de los trabajadores y de la mayoría de la población están en la raíz del distanciamiento de las masas de sus partidos tradicionales y de los gobiernos con los cuales estos colaboran. Para los grupos más politizados, los partidos socialdemócratas y socialistas perdieron el poder de movilización por la incapacidad de evocar una visión alternativa de la sociedad. Otra parte de las voces y votos discordantes fue para la "derecha" (como se vio en el avance de Le Pen, J. Haider y otros) que, predicando también contra la globalización, recogieron los votos de los pobres marginalizados, de la baja clase media y de los desempleados que se sintieron abandonados por los partidos de izquierda tradicionales.

Tanto los socialdemócratas reformistas como los revolucionarios replicaron en sus organizaciones y en las prácticas políticas los padrones de conducta y de liderazgo autoritarios, basados en raciocinios cartesianos lineares con sus interpretaciones deterministas de la Historia. Una propuesta alternativa abarcaría inevitablemente desde una visión de mundo diferente ("el mundo no es una mercancía"...) hasta nuevas formas de organización y movilización social. La nueva visión, al rechazar la globalización impuesta "desde la cima para abajo", propone la integración a ser realizada por las poblaciones, "desde abajo hacia la cima". En vez de un puñado de ejecutivos, empresarios, tecnócratas y sus intelectuales orgánicos, serán las organizaciones populares y democráticas, basadas en la participación y el compromiso de todos, las que conducirán el proceso de transformación social, económica y política. Ese emprendimiento y las tareas de allí derivadas no pueden ser atribución de un minoría "iluminada".

La construcción de proyectos alternativos basados en las premisas de la cooperación, solidaridad y justicia social constituye el pilar de un régimen de democracia participativa, en sustitución a la coerción ejercida mediante el marketing político y la manipulación de la opinión pública por los medios masivos oligopolizados. El neoliberalismo en ascenso al final del siglo veinte debilitó el potencial democrático de lucha por los derechos humanos, característica central de nuestra época. Desarrolló una estrategia dividida en tres etapas: en la primera, se privilegian los movimientos y organizaciones del tercer sector como exponentes de la supuesta solidaridad social, luego, el énfasis en la importancia de los derechos civiles tiende a opacar la lucha por los derechos políticos; y aún más residual y relegada queda la tercera etapa, la conquista de los derechos sociales y económicos -empleo, vivienda, educación, salud y recreación para todos.

Los movimientos en pro de la emancipación de toda la humanidad y de la conquista plena de la ciudadanía procuran rescatar la naturaleza y la dinámica indisolublemente entrelazada de las tres dimensiones, desde los derechos básicos a una existencia material y espiritualmente asegurada, hasta la libertad, la participación democrática y la justicia social. Es la concreción del conjunto de esas tres reivindicaciones lo que constituye el paradigma alternativo al modelo neoliberal.

La modernidad neoliberal provocó la desarticulación de la lucha por los derechos humanos y la invasión del mundo de trabajo, gradualmente transformado en mundo de pobreza, marginalidad y exclusión. Pobreza y desigualdad acaban siendo marginalizadas de los debates políticos, y colocadas en la categoría de fenómenos regidos por las "leyes de la naturaleza" o de la economía de mercado. En otras palabras, sólo podrían ser solucionados por el crecimiento económico y, hasta entonces, son sujetas al tratamiento por la gestión técnica o por la filantropía. Los dueños del poder califican el discurso y las reivindicaciones por los derechos a ciudadanía como manifestaciones de atraso que crearían obstáculos a la acción modernizadora del mercado. En vez de responsabilidad política ofrecen la responsabilidad moral y la "comunidad solidaria" que distribuye beneficios y servicios que impiden la formulación de metas y objetivos de lucha por los derechos a ciudadanía como una cuestión pública. La pobreza pasa a significar objetivamente la negación de esos derechos, condenando a la mayoría de la población a la condición de dependientes de la caridad ajena, y al mismo tiempo sofocan el espíritu de reivindicación y lucha.

La conquista de los Derechos Humanos, la plena vigencia del Estado de Derecho y de la justicia social exigen acciones colectivas en las cuales los actores sociales se tornen agentes activos y conscientes del proceso histórico y gestores de su destino. En la sociedad capitalista, la reproducción de la explotación económica y de la dominación política inviabiliza los esfuerzos de humanización de las relaciones sociales en general, y del trabajo en particular. Por otro lado, siendo las cuestiones de la libertad e igualdad inseparables del socialismo, éste sólo es concebible como la plena vigencia de la democracia, o sea, la abolición de la separación entre dirigentes y ejecutores, y el control del proceso de producción y de todas las actividades sociales por sus sujetos, hermanados por lazos de cooperación y solidaridad.

La nacionalización, el planeamiento económico impositivo y lo mismo la socialización de los medios de producción por el Estado no garantizan la socialización del poder político. El Estado -en la concepción leninista- continúa representando un mecanismo arbitrario de autoridad pública aislada de la sociedad civil, la cual procura construir el espacio de libertad en oposición al aparato estatal. Éste, aunque pueda superar la anarquía de la competencia salvaje, no es capaz de atender a los requisitos básicos de una sociedad democrática –la libertad y los derechos individuales, la autonomía y la iniciativa creadora.

El aparente atolladero, encuentra respuestas en la práctica política de las sociedades modernas que evolucionan desde regímenes de democracia formal representativa hacia la democracia participativa. La inadecuación de las primeras queda cada vez más patente, sea por el nepotismo que crea verdaderas dinastías, particularmente en las regiones más atrasadas, sea por el poder de manipulación y del marketing político de los medios masivos de comunicación, sin hablar del peso de las grandes organizaciones industriales y financieras cuyo poder financiero se constituye en factor decisivo en todas las elecciones. Son esas entidades las que se tornan en los mayores obstáculos para la democratización de la sociedad, en nombre de supuestos principios racionales necesarios para el funcionamiento de organizaciones y sociedades complejas. Reducir la participación de la sociedad civil a un voto periódico, es ciertamente más eficaz que la coerción autoritaria para despolitizar los conflictos alegando la búsqueda de un consenso (manipulado).

De allí es posible inferir que la democracia social exige el control de los medios de producción y de los aparatos de poder. Pero, ¿cómo contestar el argumento de la competencia necesaria por la tecnología de punta cuyo dominio exigiría los especialistas que inviabilizarían la democracia? ¿Sería posible construir la ciudadanía política sin deslizarse hacia el fetiche de la "democracia directa" vía comicios, asambleas y revocación de mandatos? Comisiones y consejos en bases territoriales, disponiendo de instrumentos de deliberación, fiscalización y censura, incluso de referendos para decidir sobre prioridades de políticas públicas y asignación de recursos, como ocurre en varios municipios brasileños que adoptaron la práctica del Presupuesto Participativo, formarían la base de la democracia socialista.

A los escépticos y cínicos que desdeñan el análisis crítico del contexto histórico, bajo el argumento de la inviabilidad o inutilidad de las "utopías", debe recordárseles lo que sería el mundo si no hubiese, en todas las generaciones, individuos capaces y audaces para pensar las alternativas, posteriormente transformadas en realidad. Trescientos años atrás, el mundo "civilizado" era gobernado por un puñado de monarcas absolutistas ("el Estado soy yo") y sus cortes corruptas y parásitas. Finalmente, la Historia del capitalismo data de algunos siglos apenas, durante los cuales fueron trabadas innúmerables guerras, con decenas de millones de personas exterminadas e inestimables recursos naturales devastados. Impulsado por una dinámica perversa de concentración y polarización en todas las esferas de la vida social, el sistema no parece disponer de salidas para romper el círculo vicioso. Basándonos en la premisa "toda la realidad es construida socialmente" inferimos que aquello que fué construido por seres humanos, puede ser desconstruido y reconstruido por ellos. Por lo tanto, sería ilógico e injusto rechazar el socialismo, invocando el fracaso de la única experiencia de su implantación, en condiciones históricas extremamente adversas.

Pero, a diferencia del enfrentamiento entre capital y trabajo en los siglos XIX y XX que polarizó los conflictos sociales y políticos, el socialismo en nuestro siglo será construido por las alianzas y redes entre movimientos y organizaciones sociales, en los niveles local, nacional e internacional. Sus luchas transcienden las cuestiones salariales, para enfrentar los problemas de la exclusión social, el desempleo, la destrucción de pequeñas empresas, la precarización de las relaciones de trabajo, la biodiversidad y la devastación ambiental, las reformas agraria y urbana y, sobre todo, la defensa intransigente de los Derechos Humanos en todas sus dimensiones. Para corresponder al anhelo generalizado por una ciudadanía plena, de derechos y responsabilidades, la utopía socialista del siglo XXI será democrática, abierta a la participación de todos y visceralmente comprometida con la libertad individual y la justicia social. Continuamos, por lo tanto, afirmando que, "¡otro mundo es posible!"

Epílogo: La leyenda de la zarza ardiente

Entonces, se multiplicaron las voces de los que decían que los días de tinieblas ya duraban bastante, que se había esperado demasiado para que la promesa de felicidad se tornase realidad y el anuncio de la luz – verdad.

Y, ellos decían: ..."vamos, construiremos nuestras casas alrededor de la zarza que arde desde la eternidad. Los días de tinieblas terminarán, ya que la zarza continuará en llamas y nunca será reducida a cenizas".

Así hablaban los más audaces entre ellos; aquellos en los cuales el futuro vivía como la creatura todavía no nacida vive en el seno de su madre; aquellos que no preguntaban al oráculo "¿Qué vamos a hacer?"

Encontraron obstáculos y hostilidad en todos los lugares. Mientras tanto, fueron muchos los que siguieron en la escalada escarpada, rocosa que conducía a la zarza ardiente. Y, se instalaron cerca de ella para vivir en su calor y su luz.

Entonces, aconteció que sus ramas se carbonizaron y cayeron. Las propias raíces se quemaron y se volvieron cenizas. De nuevo, las tinieblas se expandieron y hacía frío.

Y se levantaron voces y decían: "vean como nuestra esperanza fue engañada. ¿No habrá culpa? ¡Busquemos a quien la tiene"!

Entonces, los nuevos señores mandaron matar a todos los que así hablaban y declararon: "Quien se levante para afirmar que la zarza se quemó, sufrirá una muerte ignominiosa. Solamente el enemigo no descubre la luminosidad de la zarza, solamente el enemigo siente frío en vez de su calor".

Así, los nuevos señores lo proclamaron, de pie sobre las cenizas y envueltos por una gran claridad producida por las antorchas en las manos de los nuevos esclavos.

De todos modos, algunos aún se levantaron, y el futuro vivía en ellos como la creatura que aún no nació vive en el seno de su madre y decían: "La zarza se apagó porque de nuevo existen entre nosotros señores y esclavos, aunque nosotros los llamemos por otros nombres. Porque existe entre nosotros la mentira, la bajeza, la humillación y la sed de poder. Vengan, vamos a buscar en otro lugar para comenzar de nuevo".

Mientras tanto, los nuevos señores mandaron a los esclavos que cantasen, en todos los lugares y en todas las horas, en honor de la zarza ardiente. Así, se les oyó salmodiar en las tinieblas: "Para nosotros, la luz brilla más que nunca". Ellos temblaban de frío, pero su canto resonaba ..."el fuego eterno de la zarza nos calienta".

Y los nuevos capataces de los nuevos señores se colocaron en el camino para aniquilar a todos los que decían la verdad, para ahogar en la vergüenza los nombres de aquellos que hablaban de recomenzar. Mataron muchos, sin, a pesar de todo, destruir la esperanza que es antigua como la tristeza y nueva como la aurora que todavía no despuntó.

"Existe otra zarza, necesitamos encontrarla", anunciaban las voces secretas de aquellos que tenían tras sus huellas a los capataces de los señores antiguos y nuevos.

"Necesitamos recomenzar, al igual que tenemos que plantar de nuevo la zarza".

"¡Benditos sean aquellos que así hablan! Que las piedras en el camino no les sean demasiado duras para sus pies y que su valentía no sea menor que nuestro sufrimiento".

Así habló el extranjero antes de dejarnos, una vez más. Tratamos de olvidarlo, a él y al gusto amargo de su esperanza. Estábamos cansados del eterno recomienzo.

notas

* Henrique Rattner, profesor titular aposentado de la Universidad de São Paulo, fue fundador de la Asociación Brasileña para el Desarrollo de Liderazgos ABDL y director del Programa LEAD en el Brasil. Actualmente es consultor en la División de Economía e Ingeniería de Sistemas del IPT -Instituto de Pesquisas Tecnológicas. Email: rattner@ipt.br Otros textos del autor en: www.abdl.org.br/rattner/inicio.htm



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